viernes, 31 de diciembre de 2010

Objetos obsoletos y costumbres de tiempos pasados

La mente –la que es consciente- es un motor que trabaja incansablemente y no se detiene durante todo el día. Así también, cuando me dispongo a dormir la noche, lo hago recordando, pensando e imaginando, luego, llegado el amanecer, despierto en la misma forma. Bien, pues hoy, como tantas otras veces, desperté entre recuerdos y hechos acontecidos tiempos atrás y no sé por qué vino a mi mente la imagen y las sensaciones de aquellos colchones de crin que usábamos en los años sesenta. El crin era un material formado por filamentos flexibles obtenidos de hojas de esparto que se utilizaba en el relleno de colchones mayoritariamente. La funda o tela exterior era de un tejido reforzado nada suave y que cuando tenía un cierto uso era ocasionalmente atravesado por alguno de los filamentos, de cuyas molestas puntas yo tiraba hacia afuera hasta arrancarlas, eliminando así las desagradables molestias que causaba.
         ¡Cuántos objetos y cómo no costumbres, hoy anticuados, estaban presentes en nuestra vida diaria! Recuerdo que antes de la llegada de las neveras eléctricas, se les daba buen uso a aquellas en las que introduciendo un bloque de hielo en su interior cumplían la misión de mantener fríos los alimentos. No sé si diariamente, pero sí de manera asidua, acudía un empleado de la fábrica de hielo portando una gruesa barra de dicho bloque sobre el hombro y protegida con una tela de saco.
         Recuerdo también que las bolsas de uso común de entonces, sobre todo para depositar los productos de la compra de víveres, eran cartuchos de papel. Te despachaban azúcar, harina, arroz o cualquier tipo de grano al peso, introducido en cartuchos de papel. Aún el plástico no había llegado a invadir este mercado.
         El aparato de radio existente era a lámparas, encerrado con todo su cableado, dentro de una carcasa de baquelita o madera, conectado a la red eléctrica, y cuyo funcionamiento no era instantáneo sino que requería del calentamiento de las bombillas internas después de su encendido.
         El teléfono de la época era de marcador giratorio circular, también con carcasa de baquelita. Cuatro dígitos eran suficientes, no existían los prefijos y para conectar con otra provincia debía de hacerse a través de operadora. Por aquel entonces, hablo de los años sesenta, no existían las cabinas públicas.
         Para escuchar música, estaban de moda en los hogares los muebles con radio, tocadiscos (gramófono) y caja acústica incorporada, denominados Radiogramolas para discos de vinilo, con sus platos ajustables a las velocidades de 33, 45, y hasta 78 r.p.m. y que eran accionados levantando el brazo de la aguja reproductora una vez encendido el aparato.
         Personaje habitual en la vida doméstica de aquellos años, era el panadero, que con su bolsa de tela cargada de pan despachaba la mercancía solicitada a domicilio. Igualmente el vendedor de periódicos iba de puerta en puerta depositando el diario junto a la entrada de cada casa. Y cómo no, el lechero o la lechera hacían lo mismo para la venta de sus productos subiendo pisos, muchos de los edificios sin ascensor, por escaleras y con la carga a cuestas.
         Entonces era normal acudir a los estudios fotográficos para obtener una foto de calidad ya fuese para unirla a un documento oficial, regalarla o tenerla como recuerdo en un álbum o en el porta-retrato del salón, aun así, ya disponíamos de cámaras fotográficas para nuestro propio uso, las había desde sencillas hasta las más profesionales pero totalmente manuales. Siempre había que llevar el rollo de negativos al estudio fotográfico pues había que revelarlos e impresionarlos sobre la copia de papel. Fue un gran adelanto la cámara automática, recuerdo también la cámara instantánea de Kodak cuya foto salía revelada a los 20 o 30 segundos de tomada a través de una ranura en la propia máquina.
         Antes de la calculadora existían sistemas de cálculo exactos, y que por supuesto podían obtenerse resultados matemáticos totalmente correctos mediante la aplicación del formulario específico, pero exigían tiempos muy largos. Uno de los mecanismos más usados fue la regla de cálculo, instrumento compuesto de reglas graduadas y desplazables unas sobre otras. A finales de los sesenta y principios de los setenta aparecieron las primeras calculadoras científicas, siendo pionera la Texas Instruments.
         Recuerdo siendo más pequeño, que en las mesas de madera de las aulas del colegio existían unos huecos perforados en su parte superior y que estaban destinados al acople de los tinteros en cuya tinta azul mojábamos las plumillas con mango de madera tan necesarias en la asignatura de caligrafía.
         Aún mantengo claramente en mi retina la imagen de mi padre escribiendo en la máquina de escribir mecanográfica Underwood compuesta fundamentalmente de cilindro, cinta entintada y teclas unidas cada una de ellas a un carácter en relieve, de cuya presión sobre el papel resultaban las letras, números y signos ortográficos. Posteriormente llegaron las máquinas de escribir eléctricas y que aunque significaron un gran avance respecto de las manuales, fueron anuladas por la pronta aparición del ordenador personal. Muchas veces, mientras mi padre golpeaba la mecanográfica con la yema de sus dedos, mi madre balanceaba sus pies en el pedal de la máquina de coser Singer de tal manera que ésta se accionaba con el primer impulso para luego mantener la inercia que permitía el movimiento de vaivén, a velocidad constante, de la aguja de coser.
         Antes de la aparición de la televisión era habitual presentarse de visita, entrada la tarde, en las casas de familiares, vecinos y amigos, y pasar con ellos una agradable velada entre conversaciones y juegos.
         Los primeros años de programación de la televisión, por supuesto en blanco y negro y con un solo canal, comenzaba a las 18.00 horas con la previa carta de ajuste y finalizaba a las 24.00 horas. Eso si a las 21.00 horas aparecía la familia Telerín avisando a los niños de que ya era la hora de irse a la cama. La aparición de uno o dos rombos en una esquina superior de la pantalla en la emisión de una determinada película, era el indicativo de la edad tope mínima exigida a los telespectadores para el acceso a la misma, 14 y 18 años y cuyo control obligaba a la vigilancia de los padres.
         El juego en la calle era muy natural porque pocos coches circulaban por ellas, en todo caso al aparecer alguno, rápidamente se daba el aviso para apartarse de la vía, la pelota, los boliches y las patinetas eran juegos muy comunes. Un elemento discordante para los muchachos de la época era la aparición de la temida “chivata”, un furgón que la Policía Municipal de Santa Cruz de Tenerife utilizaba para el traslado de presos, pero que final se quedó para "mudar de sitio" a algún borrachín y para asustar a los chiquillos que jugaban a la pelota en las plazas y calles, quitándoles el juguete.
         Por aquellos años 50 y 60 diferenciábamos la vestimenta diaria de lo que llamábamos el traje de los domingos, vestido éste guardado como “oro en paño” y que ni se nos ocurriese ponernos en un día laboral. Recuerdo que los chicos hasta entre aproximadamente los 12 y los 14 años llevábamos todos pantalones cortos, pasando posteriormente a aumentar la nómina de los jóvenes con perneras. Los pantalones vaqueros aparecen como moda siempre actual en los años sesenta de forma ya prácticamente imperecedera. Y no hay que olvidar la moda del pantalón de campana que pegó fuerte en los años sesenta, las botas y las camisas de flores, sobre todo por el impacto producido entre la ciudadanía, en contrapartida con la tradicional y poco atrevida ropa usada en ese momento, herencia de los complicados tiempos de posguerra.
         El pelo de la época era el pelo largo por excelencia y largas patillas, años 60, movimiento hippie, Los Beatles. Lo que ahora es símbolo de una cultura en su momento fue dura crítica por parte de nuestros progenitores. Bueno ya todo eso es historia. Existía un corte de pelo llamado a lo león, era el corte horizontal sin disminución de volumen, que se hacía de una melena semilarga al caer sobre la nuca, similar a la que lleva de forma natural el rey de la selva.
         Recuerdo una vez por semana pasar con mi padre por el estanco de La Tortuga o por el de Sixto ambos en la Rambla Pulido de Santa Cruz y comprarme colorines, unas veces TBO, otras DDT, TioVivo, Pulgarcito, el Capitán Trueno, El Jabato, Hazañas bélicas, etc…
         Era normal, si te trasladabas vía marítima entre islas, que los barcos que cubrían los servicios del transporte de viajeros, empleasen lo que ahora se nos antoja demasiado tiempo en un trayecto. Entre Tenerife y Las Palmas, por ejemplo, 6 y 7 horas/trayecto entre sus respectivos puertos era muy corriente.
         La seguridad de las personas era un asunto que nunca entonces se abordó con seriedad, se daban situaciones que hoy en día no se entenderían, por ejemplo: No era obligatorio el cinturón de seguridad al ir conduciendo un turismo, como tampoco lo era el uso del casco al llevar moto, no había límite máximo de velocidad en carretera, y tantas cosas…, pero ojo, tampoco se daban las circunstancias de nuestros tiempos, el porcentaje del vehículos era muy inferior, los atascos en carretera y en ciudad no se daban prácticamente y las vías no invitaban a correr a unos conductores sin duda más serenos y precavidos que los actuales en su mayoría..
         Si algo tengo que destacar del que también entonces era el deporte rey, el futbol, lo cual es sencillo de comprobar observando las cintas de las películas de los partidos de la época, es la limpieza del juego. La necesidad de triunfos deportivos exigidos por las economías de los clubs de aquellos años no sobrepasaba la barrera a la integridad física de los futbolistas de equipos contrarios, lo cual es elogiable, digno de encomio y sencillamente admirable, en contraparte a la ausencia de las más primarias reglas de contacto entre contrincantes humanos a la que hemos llegado en este multitudinario deporte en la actualidad.
         No, no existían las fotocopiadoras, lo que existía era el papel carbón o de calco con el objeto de obtener copias mediante el calco del documento que escribimos o mecanografiamos.
         No sé si aún quedan, aunque ya no están permitidos, los antiguos cuadros eléctricos con los hilos de plomo intercalados en la instalación de baja tensión de una vivienda, para que en caso de cortocircuito o de subida de tensión funda el plomo, cortando de esa manera el paso de una corriente sobreelevada que cause lesiones a las personas. Este tipo de mecanismo evolucionó a lo que hoy son los interruptores diferenciales.

Os animo a que aportéis nuevos datos de objetos y hábitos de esta época, y de cualquier lugar del planeta.

Hasta la próxima

domingo, 21 de noviembre de 2010

Santa Cruz de Tenerife

No os confundáis, el Santa Cruz de comienzos de los sesenta nada tenía que ver con el Santa Cruz de 2010, el de entonces, aparte de las barreras naturales, el macizo de Anaga por el norte, y del Océano Atlántico por el este, se hallaba limitado físicamente por el sur con la Refinería de Petróleos en uno de los laterales de lo que hoy es la Avenida 3 de Mayo y a la que antes denominábamos simplemente “Autopista”, y por el oeste, una continuidad de fincas, huertas con casas solariegas y algunos grupos dispersos de viviendas sociales a partir de lo que hoy es el Barrio de la Salud y la avenida de Benito Pérez Armas, hacían de colchón en un intencionado acercamiento hacia la capital por parte de los barrios laguneros de Taco y La Cuesta. No era una ciudad de Recintos feriales, ni Auditorios, ni Teas, ni Parques marítimos, ni Tranvías, ni Intercambiadores, ni Estación de Guaguas, ni Torres gemelas, ni Parkings subterráneos, ni Gerencias Municipales, ni Mercadillos, ni Mercadonas, ni Hiperdinos, ni Carrefures, Santa Cruz era más pequeña eso sí, pero con confortables cines (Victor, Rex, Royal Victoria, La Paz, Baudet, Price, Tenerife, Numancia, San Sebastián etc…) a los que se acudía de forma numerosa, sus calles permitían el aparcamiento en casi cualquier lateral de acera, el muelle grande o de Ribera tenía la posibilidad de visitarse en toda su longitud ya fuese paseando o con vehículo, el mar y los barcos visitantes podían verse desde cualquier ángulo del litoral santacrucero sin que elementos discordantes te lo impidiesen, también podías aproximarte al muro rompeolas a 30 metros frente al Cabildo y alongándote mucho, ver como pegaban las olas de nuestro océano sobre dicho dique, además no había semáforos en las calles (¡qué gustazo conducir!) hasta que colocaron el primero en la C/ Valentín Sanz esquina C/ Castillo (empezaba la modernidad). Hubo también corridas de toros en un coliseo (Plaza de Toros de Santa Cruz de Tenerife) en el que también se celebraron veladas de boxeo en la época dorada de este deporte en Tenerife (Sombrita, Barrera Corpas, Legrá, Velázquez, etc…) y posteriormente cine al aire libre, además de celebrarse durante varios años consecutivos galas y actuaciones de nuestro Gran Carnaval. En Santa Cruz habían puentes (Zurita, Serrador, Galcerán, etc…) sí, los mismos que ahora, pero antes se sentía que cruzabas de un lado al otro, el Barranco Santos tenía su vida propia, no era un lugar accesible para los ciudadanos del nivel urbano, desgraciadamente era una zona donde vivían en cuevas vecinos muy pobres, sometidos a los peligros propios de la orografía del lugar y la escorrentía excesiva en temporada de lluvia, siendo también lugar de paso y pasto de rebaños de cabras que el cabrero aprovechaba para vender leche en el inevitable discurrir por la ciudad al tratar de sortearla.
Además del Real Club Náutico de Tenerife, sociedad privada fundamentalmente dedicada al ocio y al deporte, enclavada entonces en los mismos lugares de hoy en día, había un Balneario, un estupendo Balneario con residencia anexa perteneciente por entonces a la Obra Sindical de Educación y Descanso, del que nos queda actualmente el doloroso recuerdo del propio edificio e instalaciones en su decrepitud por la desidia de nuestros inmerecidos gobernantes, que lo han abandonado a su suerte y que en aquellos tiempos, nadie diría al verlo ahora, que en la temporada veraniega, se ponía a tope de bañistas en plena diversión entre piscina, playa y la práctica de otros deportes, era de uso público y debía de pagarse una entrada para disfrutar de sus servicios. La orilla de su playa (eso sí, de cayados) no estaba a más de 65 m. de distancia de la actual fachada del citado edificio que da a la autovía San Andrés, orilla hoy enterrada bajo una plataforma de piedra y hormigón que con sus 275 m. de longitud ampliados hacia el fondo marino, sirve para albergar la suma progresiva tridimensional de los mastodónticos contenedores. ¿Y todo esto para qué, si toda esta carga va a trasladarse próximamente  al futuro y controvertido Puerto de Granadilla? No, no quiero de momento, politizar mi blog, quiero continuar hablando de mi querido Santa Cruz, el de aquellos tiempos.
Santa Cruz era una ciudad de múltiples tiendas de víveres, por decirlo de alguna manera, una en cada esquina, recuerdo la serenidad pasmosa con la que esperábamos nuestro turno en la inevitable cola para hacer cualquier mínima compra, participando activa o pasivamente a la vez, de cuantas conversaciones dieran lugar entre cada cliente y el tendero como si el tiempo se hubiese detenido.
Recuerdo también el sonido del grito anunciador de los vendedores callejeros de periódicos matutinos y vespertinos, que con sus pesadas cargas de papel impreso colgadas al hombro mediante correas cruzadas, corrían por la ciudad para vender rápidamente su mercancía portadora de las últimas noticias. Antes para estar informado había que leer los periódicos. El Día, La Tarde, a diario, La Hoja del Lunes y La Jornada Deportiva entre semana, hacían esa función. O aquel otro sonido callejero anunciador de una hoja del tamaño cuartilla que con el título de Goles casi antes del final de los partidos del Club Deportivo Tenerife en las proximidades del Estadio Heliodoro Rodríguez López ya nos mostraba la clasificación general de la jornada.
Santa Cruz era una ciudad gratamente pequeña, no parecía hecha a la fuerza, una ciudad sin pretensiones, a la medida de las necesidades ciudadanas, las zonas verdes de sus plazas, parques y ramblas, suficientes; vías (las mismas de hoy día) holgadas. No había zonas ruidosas. Solo había, como lo hay ahora un evento mayor con licencia para el exceso, el Carnaval, pero ¡Qué Carnaval!, perdón, “Fiestas de Invierno” aunque todos decíamos Carnaval. Con que naturalidad, gracia, educación y alegría se celebraba, eso sí con máscara. Pero ojo, no pretendo diferenciar en grandeza las épocas de nuestro Carnaval porque cada vez es más grande, no me cabe la menor duda, pero sí destacar la nobleza en el comportamiento de la gente de aquella época en las que los excesos se producían como en cualquier fiesta, pero con un respeto tristemente desaparecido en los actuales tiempos. Destacaría de aquellas fiestas, las celebradas en sociedades como la del desaparecido Parque Recreativo, Teatro Guimerá, y las del Círculo de Amistad XII de Enero.
Recuerdo también a los guardias urbanos, eran como más señores con sus bigotes, no tan delgados como los de ahora que parecen figuritas de no tocar, y cuya sola presencia infundían un gran respeto, no paseaban en moto, pero si dirigían el tráfico situados en el centro de los cruces de las vías de mayor flujo de vehículos, siempre subidos en sus tarimas redondas rodeadas de una barandilla protectora. Un dato significativo era el bonito gesto que por fechas navideñas tenían los conductores con los agentes de tráfico, depositando junto a las tarimas regalos propios de las fiestas y en la que los más apreciados acumulaban notoriamente un mayor número de presentes.
Otro detalle que recuerdo es de las guaguas aparcadas en fila una tras otra saliendo hacia su destino provincial desde la C/ Ramón y Cajal o llegando al mismo, éste era el punto de partida y llegada para toda la isla.
La gente joven chicharrera (distinción exclusiva del santacrucero para bien y para mal) nos divertíamos además de en nuestras fiestas caseras, en la discoteca y no podemos dejar de nombrar a todas aquellas que nos permitió soltar la adrenalina y realizar nuestras relaciones sociales. Durante una cierta época la genta tenía la costumbre de reunirse y sentarse previamente en las mesitas del bar del Parque García Sanabria junto al Reloj de flores para posteriormente bajar por la calle del Pilar hasta la discoteca elegida. Entre éstas estaban el Samantha en la C/ San José que era elegante y moderna, más adelante y situada a unos 100 m. en la misma acera y descendiendo dicha calle se encontraba el Cintra, discoteca de la mejor música ligera del momento, representativa de la gente joven de Santa Cruz durante muchos años. Igualmente cercana se encontraba en un sótano del antiguo Corinto en la C/ José Murphy el Sloopy al que acudía la gente más progre. Otras discotecas en Santa Cruz se encontraban algo alejadas de éstas que estaban en el centro neurálgico. Son el Saga situada en Rambla de Pulido y caracterizada por su música lenta, el King’s Club en la Rambla del Gral Franco (Hoy día denominada Rambla de Santa Cruz) frente a la Plaza de Toros y de música más bien pachanguera, el Garaje en la C/ Santa Rosalía con local anexo donde se realizaban interesantes carreras de minikart en pista grande de sobremesa con su música del momento y que posteriormente cambió su nombre por el de Samoa. Años más tarde se abrió, ocupando los locales que anteriormente habían sido la acogedora e inolvidable Parrilla del Casino de Tenerife, la discoteca 33Norte, de no muy fina clientela y regentado por el entonces promotor José Carlos Rodríguez Díaz, alias El Palmero, amigo venido a menos a raíz de la transfiguración sufrida, como sucede a muchos individuos, tras un fulgurante ascenso económico. De otro rango quizás pero no por ello menos divertidos fueron los ambientes musicales que proporcionaban por un lado la terraza en la cubierta del desaparecido Hotel Diplomático en la C/ Antonio Nebrija y la sala de baile situada en los grandes sótanos del Hotel Taburiente en la C/ Doctor Guigou. En un escalón inferior, pero muy divertidas, estaban las salas de La Taurina en la C/ Gral. Mola y el también desaparecido Club Marítimo Atlántico en la C/ de La Salle.
Así era el Santa Cruz de mi época dorada, una maravilla, pequeño pero con una gran personalidad. Se podía vivir tranquilamente. 

Necesito sugerencias, comparar vivencias, pero por favor a mis fans no bloqueen mi correo, uno a uno.

Saludos y hasta la próxima.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Guateques

         Los Ángeles fue otro grupo de música pop que nos enamoró con sus melodías, entre las que destacan, "Mañana, mañana", "Créeme", "Mónica", "Abre tu ventana" y "Momentos". Eran las canciones de nuestros Guateques como lo fueron "Sugar, sugar" de The Archies (Banda de ficción), "Venus" del grupo holandés Shocking Blue, "Mrs Robinson", "Puente sobre aguas turbulentas", "El sonido del silencio" y una versión propia de "El Condor pasa" de Simon and Garfunkel, "Alguien cantó", "No puedo quitar mis ojos de ti", y "Nacida libre" del cantante inglés Matt Monro, "Aquarius" de The 5th Dimension y las de todos aquellos grupos y solistas de la época como Los Brincos, Los Bravos, The Beatles, Fórmula V, Barry White, Arthur Conley, CCR, Elvis, Cat Stevens, Aretha Franklin, Armando Manzanero, Dúo Dinámico, Herman's Hermits, Iron Butterfly, James Brown, Kenny Rogers, Los Canarios, Los Mustang, Los Pekeniques, Los Relámpagos, Los Sirex, Ray Charles, Roberto Carlos, Stevie Wonder, The Equals, The Monkees, The Four Tops, The Status Quo, The Turtles, The Who, The Bee Gees, The Beach Boys, The Rolling Stones, Tommy James and the Sondels, Wilson Picket, Tom Jones, The Shadows, The Carpenters, Engelbert Humperdinck, Los Surfs, Dire Straits y las de todos aquellos que me dejo en el tintero pero no por ello menos importantes.
         Entre los muchos Guateques que proliferaban en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, para mí el mejor se montaba en la cubierta de la casa de mi querido y gran amigo, tristemente fallecido a los 24 años, José Miguel Bruno Moreno, todo un hombre, sano y cabal donde los haya, que ponía a disposición de los allegados y amigos un jardín de ensueño, un vergel estratégicamente iluminado en las alturas de la avenida de San Sebastián, y que todos los que gozamos de aquellas fiestas juveniles amenizadas con plato de música y discos de vinilo por el sacrificado disk-jockey y muy buen amigo Armando Acosta Santana, unos domingos tan felices, llevamos grabado en nuestra retina como uno de los más gratos recuerdos.
         En aquella época las azafatas montaban muchos guateques bien organizados en diferentes locales de Santa Cruz, recuerdo haber asistido a varios de ellos, pero fue en los bajos del entonces Hotel Brujas en la Avenida de Bélgica donde se repitieron durante un tiempo.
         En el próximo me extenderé en el Santa Cruz de la época dorada.
Hasta entonces, saludos.

viernes, 29 de octubre de 2010

Las Palmas

Si creas un blog es para mantenerlo, si no, que dirán mis numerosos seguidores que esperan ansiosos el rememorar aquellos tiempos. Hoy quiero captar a algunos de aquellos que vivieron entre los años 1970 y 1980 en la hermosa ciudad de Las Palmas de Gran Canaria y que es el periodo de tiempo en el que yo tuve la suerte de vivir allí. Allí tengo muy grandes amigos, allí tengo familiares y allí tengo parte de mi corazón, pero también allí dejé muchas novias que espero hoy sean felices esposas. Recuerdo en mis andanzas de veintiañero incipiente pisar lugares como la entonces de moda cafetería Derby, en la plaza de Santa Catalina del Puerto,  en su vocación por ser paso de gente extravagante, como la tan querida por todos Lolita Pluma (y sus gatos), a quien inmortalizó nuestro gran cantante canario Braulio en una de sus canciones. Muy cerca del Derby estaba el lugar de moda preferente en la noche joven grancanaria, la discoteca Saxo, pequeña pero de marcha arrolladora, se encontraba junto a un negocio no menos conocido de perritos calientes (Antes la preferencia eran los perritos, las hamburguesas no las recuerdo). Había otro lugar igualmente conocido muy cerca de Las Alcaravaneras aunque de otra clase, quizás más serio, como con caché, éste era el Tam-Tam, había mucha bebida cara, portero con gorra y cochazos de grandes marcas a la puerta, también con buena música aunque de estilo diferente. Otras discotecas de mucho gentío y ritmo, eran La Cacatúa, que era el furor en la noche de los jóvenes por el número de nórdicas, El Trébol, pequeña pero de gente pija de la capital, Barbarroja en los bajos del Hotel, creo que el Reina Cristina, junto a la playa de Las Canteras, elegante sala de baile y al cual se llegaba no sin antes de entrar o a su salida visitar la hermosa y moderna discoteca Lord Nelson de novedosa música marchosa, con el frente de su fachada trasera directamente volcado sobre el propio paseo de Las Canteras. No quiero olvidarme de la Discoteca Jerôme al final del Paseo Chil cerca de la plaza de la Victoria (hoy llamada Plaza de España) que por las tardes abría sus puertas para los tempraneros, ni de un Pub muy acogedor llamado Caballo Blanco.
Las Palmas en esos años era una ciudad cosmopolita en pleno apogeo turístico, con una oferta en locales de ocio muy amplia en los que yo tuve la suerte de dejarme parte de mi juventud disfrutando de una atmósfera de calidad humana muy sana.
Espero que alguien cuente alguna vivencia relacionada con esta época en Las Palmas y aporte nuevos detalles.
Hasta la próxima

lunes, 25 de octubre de 2010

Intenciones

Bueno, mi intención con este blog es captar afinidades, sensaciones respecto de lugares y de momentos vividos entre los años sesenta y los ochenta y pico, y por qué no, todo aquello que nos interese a los que ya somos por derecho adquirido, “ unos retros”.
Todos sabemos que en internet podemos encontrar de todo, bueno, todo no, por ejemplo, existe una cantante llamada Laris McLennon cuya canción “Confusion” para mí excelente, no se encuentra en toda la red, ni para escucharla ni descargarla. Estuvo en listas de éxitos en los años sesenta y no tengo ni idea qué pudo ser de ella.
Como decía, en internet podemos encontrar, dejémoslo en muchísimo y con ello tener una sapiencia cultural de altísimo nivel en dos clics de páginas. Eso es justo lo que me permite a mí, hombre de poca memoria, recordar en toda su magnitud a cantantes que escuché en su día con gran afán, y poder documentarme ahora de todo aquello que no supe entonces.
Los Catinos fue de los primeros grupos con que me inicié en la música moderna, cuando ya casi abandonaba a mis héroes favoritos: El Jabato, El Capitán Trueno y El Cosaco Verde. Canciones como Corazón loco, Isla de Wight y La Balada de Bonnie & Clyde, con los ritmos de sus músicas iban moldeando a los futuros bailones de las “discothekes
Hasta la próxima.   

Arranquemos


Hoy, un día cualquiera de esta historia no documentada de nuestras vidas, el 25 de octubre de 2010, arranca este blog que ni siquiera tenía pensado crear, pero ya que me decidí, puesto manos a la obra y con la incertidumbre de a qué tema dedicarle sus páginas, no sin titubeos, traje a mi memoria de pronto los tiempos tan felices de mi juventud, de los que guardo un baúl de hermosos recuerdos, ¡pues eso! ahí va este título que solo podrá tener sentido si es compartido con todos aquellos que de vosotros hayáis disfrutado ese periodo de tiempo.
Hasta pronto.